La asignatura de Religión se encuentra en peligro. Años de descuido han reducido considerablemente el número de alumnos matriculados hasta mínimos históricos y este Gobierno pretende, a través de la ley Celaá, dar la puntilla a un modelo que defienden millones de familias.
El Ministerio de Educación acaba de publicar su anuario estadístico con los datos del curso 2020-2021 y los resultados muestran que cada vez menos familias eligen la asignatura de Religión Católica para sus hijos, especialmente en los centros de titularidad pública.
Así, en Primaria cursan esta asignatura el 48,32 % de los alumnos, el 43,66 % en Secundaria y el 30,73 % en Bachillerato. En los colegios privados y concertados, este porcentaje aumenta considerablemente con cifras en Primaria y Secundaria por encima del 80 % y del 50 % en Bachillerato.
El problema es que estos datos reflejan una realidad que se verá agravada con la aplicación de la LOMLOE –a partir del curso 22-23–, que prácticamente mata de hambre a esta asignatura. Según establece la ley Celaá, «la enseñanza de la Religión católica se ajustará a lo establecido en el Acuerdo sobre Enseñanza y Asuntos Culturales suscrito entre la Santa Sede y el Estado español» y que «se incluirá la religión católica como área o materia en los niveles educativos que corresponda, que será de oferta obligatoria para los centros y de carácter voluntario para los alumnos y alumnas».
A continuación, desarrolla que «en el marco de la regulación de las enseñanzas de Educación Primaria y Educación Secundaria Obligatoria, se podrá establecer la enseñanza no confesional de cultura de las religiones», una opción que contó con el visto bueno de la Conferencia Episcopal.
Sin embargo, los reales decretos que desarrollan los currículos de cada ciclo determinan que serán los padres los que manifestarán su voluntad de recibir o no las enseñanzas de Religión y que las calificaciones obtenidas «no computarán» en el expediente. Además, aquellos alumnos que no quieran cursar esta materia deberán recibir «la debida atención educativa», eliminando la opción de una «asignatura espejo».
«Esta atención se planificará y programará por los centros de modo que se dirijan al desarrollo de los elementos transversales de las competencias a través de la realización de proyectos significativos y relevantes y de la resolución colaborativa de problemas, reforzando la autoestima, la autonomía, la reflexión y la responsabilidad. En todo caso, las actividades propuestas irán dirigidas a reforzar los aspectos más transversales del currículo, favoreciendo la interdisciplinariedad y la conexión entre los diferentes saberes», apunta el currículo de Secundaria.
Las comunidades, en sus respectivos currículos autonómicos, han incluido diferentes opciones para los alumnos que no escojan Religión: desde salir antes del colegio hasta incluir elementos trasversales o proyectos significativos que beneficiarán a los estudiantes en la adquisición de competencias. Como explica el abogado especializado en Educación, Jesús Muñoz de Priego, «elegir Religión es una heroicidad».
«Ciertamente irá a peor. Hay un problema mayor cuando eso no es solo un reflejo natural de la evolución social, sino que es fruto de un ataque y un descrédito permanente de la asignatura por parte de quien gobierna y legisla», añade.
Fuentes del sector apuntan al desinterés y la tibieza de ciertas instituciones y el descuido generalizado como principales motivos que han llevado a esta situación. De hecho, es preocupante que, de todas las asociaciones católicas que integran el sistema educativo, solo CONCAPA ha resuelto presentar recursos contra los currículos.
Más allá de los porcentajes, lo cierto es que se trata de tres millones de estudiantes los que han elegido una asignatura que está peligro de muerte. Y algunos de los que han llevado a esta situación, ya sea por indiferencia u omisión, viajaban en el mismo barco.
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